Blog del párroco
LA ASCENSION DEL SEÑOR (20 de mayo) 
jueves, mayo 17, 2012, 04:48 PM - Comentarios a las Lecturas
LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (20 de mayo de 2012)

1ª Lectura. Hechos de los Apóstoles 1,1-11. Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo…y seréis mis testigos. Y lo vieron elevarse hasta que una nube lo ocultó de su vista.

Salmo 46. Dios asciende entre aclamaciones, el Señor al son de trompetas.

2ª Lectura. Efesios 1, 17-23. El Padre, a Cristo lo resucitó y lo sentó a su derecha en el cielo.

Evangelio. Marcos 16, 15-20. Ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.

…”Y subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre”.

Cuando recitamos el credo, con estas palabras, proclamamos la verdad de fe que hoy la Iglesia anuncia y celebra: que Cristo, concluida su tarea en este mundo, rodeado de gloria, por su propio poder, el crucificado, se ha situado para siempre junto al Padre, en la gloria que le ha correspondido desde siempre, de donde bajó para realizar su misión entre nosotros; y así inaugura un nuevo modo de presencia. Y empieza el tiempo y la misión del Espíritu y de la Iglesia.

El monte de los olivos, cerca de Jerusalén, es el escenario. Allí comenzó Jesús su camino hacia la pasión y muerte; allí comienza su camino de retorno al cielo; allí, comienza también, el camino de la Iglesia: id al mundo entero y predicar el evangelio. El cielo está en la tierra en la presencia de los ángeles; la tierra está en el cielo en la humanidad gloriosa de Jesucristo. La Iglesia es divina y humana, contemplativa ante el misterio y misionera para darlo a conocer.

Hoy es un día grande. Quienes le vimos por los caminos de Galilea, Samaria y Judea, entregado a la causa de los hombres, le contemplamos ascender en gloria al cielo; vemos el triunfo del amigo. También vivimos el encargo de una misión y la promesa de una presencia: “Id al mundo entero…”y “ellos proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba su palabra con los signos que los acompañaban”.

En la Ascensión, la Iglesia comenzó a vivir sin Jesucristo. Tenemos su Palabra, le servimos en los pobres, se nota su presencia en la comunidad, vivimos una especial intimidad con El en la oración y en la comunión, pero…no le podemos mirar a los ojos, ni tampoco podemos encontrar seguridad en su palabra enérgica, ni sentir la caricia de su mano. La Iglesia, en la historia, vive su entrega y su servicio con el Espíritu del Señor pero sin su presencia física. Por eso, no podrá “ser”, si no es contemplativa; no se sentirá fuerte sin la cercanía de los hermanos en la experiencia de la comunidad; se verá vacía si no sirve a los que sufren. Si la Iglesia no es como Cristo, se sentirá “extraña” porque no tendrá vida ni misión.

La Iglesia nunca podrá dejar de predicar, de servir, de amar.

La Iglesia no se podrá “quejar” en su misión, porque parte de la cruz y actúa en nombre del crucificado.

No podrá dejar de evangelizar, porque ha sido enviada “hasta el último confín de la tierra” a anunciar el evangelio del Señor. Es la voz de quien es la Palabra. Hay que seguir lo que inició Jesucristo.

No se podrá “desanimar” porque la presencia de Jesús en el cielo es garantía de su presencia activa en nuestra misión y promesa de nuestro destino de gloria.

En la oración colecta de la misa de hoy decimos que la victoria del Hijo “es ya nuestra victoria” y que “donde nos ha precedido él como cabeza esperamos también llegar nosotros como miembros de su cuerpo”. Así sea.

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