lunes, enero 3, 2011, 08:35 AM - Comentarios a las Lecturas
EPIFANIA DEL SEÑOR (6 de enero de 2011)En la Iglesia de Oriente y Occidente, el símbolo de esta fiesta es la luz.
La revelación definitiva de Dios en Jesucristo es descrita como el despuntar de la aurora en medio de la historia.
Cristo es la estrella radiante de la mañana que nos guía en la vida.
Esta celebración nos invita a contemplar en Jesucristo la gloria de Dios,
a profundizar en la fe y
a postrarnos en actitud de adoración ante Dios que nos salva.
1ª Lectura. Isaías 60, 1-6. La gloria del Señor amanece sobre ti
Salmo 71. Se postrarán ante ti, Señor, todos los reyes de la tierra.
2ª Lectura. Efesios 3, 2-6. Ahora ha sido revelado que también los gentiles son coherederos.
Evangelio. Mateo 2, 1-12. Venimos de Oriente para adorar al Rey.
“Queridos míos, celebremos con gozo espiritual el día de nuestras primicias, en que comenzó la salvación a los paganos.
La docilidad de los Magos a la estrella nos invita a imitar su obediencia, y a hacernos así, en la medida de nuestras posibilidades, servidores de esa gracia que llama a todos los hombres a Cristo.
Animados por este celo, debéis aplicaros, queridos míos, a seros útiles los unos a los otros, a fin de que brilléis como hijos de la luz en el Reino de Dios, al cual se llega gracias a la fe recta y a las buenas costumbres”.
Del tercer sermón sobre la Epifanía de San León Magno.
Estamos de fiesta. Es la Epifanía, la manifestación del Señor a todos los pueblos. El Nacimiento del Señor no fue para unos pocos, vino a ser la luz del mundo.
Es la fiesta de los Magos, de aquellos hombres que descubrieron en la noche una estrella que les manifestaba que había nacido alguien importante, y, con sus regalos, se pusieron en camino. Es un día de mucha alegría, de mucha ilusión especialmente para los niños, porque recordando al Niño y a los Magos, nos hacemos regalos, como expresión de afecto y signo de agradecimiento.
San Mateo, en el evangelio, nos relata una historia preciosa.
Su primera intención es presentarnos a Jesús, y lo hace con dos datos muy importantes en aquella cultura; nos dice de qué familia era, de la de David, y dónde había nacido, en Belén de Judea; familia y pueblo ilustres de donde esperaban viniera el Mesías.
Inmediatamente aparecen las dos actitudes posibles ante el Mesías: la acogida o el rechazo. A Jesús le acogieron, desde el silencio, José y María; con mucha generosidad los pastores y unos extranjeros de oriente, serían paganos, que guiados por una estrella, le ofrecieron sus presentes, oro, incienso y mirra, y se postraron ante Él.
El rechazo al Niño está representado por Jerusalén y el rey Herodes, los representantes oficiales del judaísmo, conocedores de las escrituras, que ni le reconocen ni se ponen en camino.
Una vez más, los sencillos y los que proceden del paganismo, saben descubrir la estrella y buscan la interpretación de la Escritura hasta que descubren al Señor.
Los magos son un ejemplo para los creyentes, porque son personas inquietas que buscan y saben mirar hacia arriba, descubrir la estrella en medio de la noche, ponerse en camino superando los obstáculos, ofrecer lo que son y lo que tienen y postrarse en adoración. En Jerusalén perdieron la estrella, pero ni se dejaron abatir por la oscuridad ni se dejaron deslumbrar por la luz de la comodidad y los atractivos de la vida; siguieron el camino con esfuerzo y esperanza.
“Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría”, la alegría de creer, de sentirnos siempre guiados por la luz que es Jesucristo.
¡Cuanta falta hace que el Señor brille en muchos corazones de hermanos nuestros que viven sumidos en el sin-sentido, en la incredulidad, en la desorientación, en el dolor! El Señor no nos libra de la cruz, pero nos da luz y fuerza para aceptarla y esperanza para seguir caminando.
No podemos perder de vista la “estrella”, la fe y el amor que nos lleva a Jesucristo. Pero además, debemos ser luz que ayude a otros a descubrir o a reencontrar, si lo han perdido, el camino que conduce al Señor y a postrarse ante Él, que es la actitud donde todo ser humano recupera su propia grandeza.
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