jueves, enero 17, 2013, 08:32 PM - Comentarios a las Lecturas
DOMINGO 2º DEL TIEMPO ORDINARIO (20 -1-2013)1ª Lectura. Isaías 62, 1-5. El marido se alegrará con su esposa
Salmo 95. Contad a todos los pueblos las maravillas del Señor.
2ª Lectura. 1 Corintios 12, 4-11. El mismo y único Espíritu reparte a cada uno como a Él le parece.
Evangelio. Juan 2, 1-11. En Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos.
Empezamos el tiempo ordinario, el tiempo en el que iremos escuchando las enseñanzas del Señor que nos irán ayudando en nuestra vida cristiana.
A partir del próximo domingo retomaremos la lectura del evangelio de Lucas. Hoy hemos leído un episodio del evangelio de Juan, el primer signo que Jesús realizó, en Caná de Galilea, donde asistió a unas bodas con su madre y sus discípulos. San Juan nos precisa que fue el séptimo día de la semana inaugural del ministerio de Jesús, haciendo una referencia clara a la semana de la creación y al primer día de la semana, el día de la resurrección. Jesús va a comenzar un tiempo nuevo, una nueva creación: es el tiempo, la Hora de Jesús.
El fragmento tiene cuatro partes; en la primera se presenta el acontecimiento: Caná, unas bodas, estaba ya la madre de Jesús antes de llegar él con sus discípulos (Israel espera la intervención del Mesías), se terminó el vino. Una boda sin vino es una fiesta sin alegría.
En la segunda parte la “madre de Jesús”, es quien percibe las carencias del pueblo, de la humanidad, “no tienen vino”; ella provoca el adelanto de la actuación del Señor. En el evangelio de Juan aparece dos veces María, y en las dos ocasiones, Caná y la cruz, Jesús le dice “Mujer”. En el cuarto evangelio cada palabra tiene su significado especial. Jesús no la llama así por una falta de respeto sino porque la contempla desde su papel en la historia de la salvación: en Caná es Israel, en la cruz es la Iglesia. El tiempo y forma de realizar el plan de salvación lo marcará el Padre del cielo: “Mujer aun no ha llegado mi hora”.
La figura de María en este texto adquiere una grandeza especial. Con una gran discreción, medio de la fiesta, está atenta a las carencias, a las causas de sufrimiento de los demás, intercediendo permanentemente. Ella quiere remediar todas las carencias que existen en toda vida humana, procurar que no falte el vino nuevo del amor y del sentido de la vida que nos trae Jesucristo. Ella, como misión especial suya, nos entrega a Jesús y nos refiere permanentemente a él: “haced lo que él os diga”.
La tercera parte del relato describe las tinajas, el tiempo y el culto de Israel: seis, de unos cien litros cada una, para las purificaciones. Son insuficientes, solamente Jesucristo nos trae el vino necesario, el “mejor vino”.
Aquí Jesús manifestó su “gloria”, que es más que su poder. Su gloria la manifestó en la Cruz, en la Hora, donde nos amó “hasta el extremo”, como solo Dios puede hacer. Aquí nos la manifiesta porque consuma este nuevo desposorio con toda la humanidad, sellado con el vino nuevo signo de su sangre redentora. “Y creció la fe de sus discípulos en él”. A estas bodas estamos todos invitados.
Es muy hermoso contemplar a Jesús en unas bodas, en una fiesta, en un banquete. Si él está presente en un hogar nunca faltará el vino del verdadero amor. El bendice y se alegra con el amor humano, y lo eleva a la dignidad de sacramento. El amor de los esposos ha expresado siempre el amor de Dios y su pueblo, el amor de Jesucristo a su Iglesia. El amor de Dios, sin medida y hasta la entrega más total, debe ser ejemplo y estimulo del amor matrimonial. Los esposos, con su amor, son signos de esperanza y estímulos para que otros encuentren en el amor el camino de la verdadera felicidad. La Iglesia está muy agradecida a la entrega de los esposos y a su misión de crear hogares donde se trasmite la fe y se enseña a amar.
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