lunes, abril 18, 2011, 10:42 PM - Comentarios a las Lecturas
JUEVES SANTO (21 de abril). Celebración de la Última Cena del Señor.1ª Lectura. Éxodo 12, 1-8. 11-14. Prescripciones sobre la cena pascual.
El origen de la fiesta de la Pascua está en relación con la última de las plagas contra el faraón de Egipto, en la que se salvaron los primogénitos de los israelitas. La palabra “pascua” puede proceder de “paso”: Dios “pasó de largo” por las casas de los israelitas, marcadas en el dintel con la sangre del cordero sacrificado, y comido en familia de pie, con unas hierbas amargas, porque es amargo vivir en esclavitud y hay que estar preparados para salir camino de la libertad. La Pascua la celebraba Israel cada año como un “memorial” con el que se actualizaba y se agradecía la acción salvadora de Dios. Si Dios no nos hubiera liberado, hoy seríamos esclavos. El memorial recuerda, agradece y actualiza.
Salmo 115. El cáliz que bendecimos es la comunión de la sangre de Cristo.
2ª Lectura. De la primera carta de San Pablo a los Corintios 11, 23-26. Cada vez que coméis del pan y bebéis de la copa, proclamáis la muerte del Señor.
Pablo está disgustado por las noticias recibidas sobre cómo la comunidad de Corinto celebra la Cena del Señor: solamente se juntan y comparten con los amigos. Hay grupos que ponen en peligro la fraternidad y el compartir. Si se es fiel a la tradición recibida del Señor, estas circunstancias hacen imposible celebrar la Eucaristía. Este es el motivo por el que Pablo nos trasmite el relato más cercano a Jesús sobre la institución de la Eucaristía. Es un hecho histórico que ocurrió “la noche en que iban a entregarlo”. Jesús partió el pan para repartirlo pero ellos no lo comparten. Con las palabras sobre el cáliz inaugura una nueva alianza que nos permite entrar en comunión con Dios. Las palabras de Jesús ya nos anticipan que dará su vida, y nos prometen su presencia permanente entre nosotros.
Evangelio. Juan 13, 1-15. Los amó hasta el extremo.
Ha llegado la “hora” de Jesús: de “pasar de este mundo al Padre” y del “amor hasta el extremo”. Este evangelio no habla de la institución de la Eucaristía porque se dirige a una comunidad que ya la está celebrando, sino de las exigencias de celebrarla y vivirla con autenticidad. Por otra parte, San Juan ya dedicó el capítulo sexto, después de la multiplicación de los panes y peces al discurso del pan de vida. Con una gran solemnidad nos habla del lavatorio de los pies. Cristo se despojó de su manto, como se despojó de su naturaleza divina en la encarnación y de su vida en la cruz. Es un gesto de humildad suma: la actitud del que es Maestro y está constituido en autoridad; la actitud de los verdaderos hermanos entre sí; la actitud que debe tener la Iglesia ante el mundo. Somos, por Cristo, como exigencia de celebrar y vivir la Eucaristía, una comunidad fraterna que comparte y que sirve humildemente. Aceptar a Jesús como Maestro supone actuar como El: “si no te dejas lavar los pies no tienes nada que ver conmigo”
Jesús nos dejó un mandamiento nuevo: “que os améis unos a otros como ya os he amado”, y Él nos ha amado hasta la muerte de cruz. Es el resumen de su vida y de su predicación.
El siempre ha querido la felicidad para todos. Los sencillos y limpios de corazón le entendían, le comprendían, le querían y le seguían. Los complicados y llenos de intereses y malicias le miraban con desconfianza, como una amenaza. Hoy, en esta cena de despedida, recuerda e insiste a sus amigos sobre lo fundamental y nuevo: el amor. Es nuevo, porque supone empezar cada mañana y lo hemos gastado poco. Sin darnos demasiada cuenta, llenos de buena voluntad, vivimos desde la inercia y la rutina de nuestras pobrezas personales, de amar a quien cae bien, si interesa y si viene en gana. Jesús nos pide poner en primer lugar al hermano, como a un señor, como él lo pone, que le lava los pies; y vivirlo como una novedad cada día.
Este mandamiento nos pide, además, que dirijamos la mirada hacia los que están lejos, los que son diferentes, los que viven en otras condiciones mucho más precarias.
Solamente nos faltaba el listón que nos señala Jesús:”como yo os he amado”, desde la encarnación hasta la cruz, dándolo todo, dándose del todo a todos.
La Eucaristía es el mandato eterno y permanente de Dios a amar y el grito de los desheredados del mundo, que en nombre de Dios, reclaman pan, justicia, solidaridad, atención, derechos…Sacramento admirable, que hace permanentemente presente la pasión de Dios por los pobres y por los que sufren, entregado por puro amor, como exigencia de fraternidad.
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