miércoles, abril 4, 2012, 07:29 AM - Comentarios a las Lecturas
JUEVES SANTO. ULTIMA CENA DEL SEÑOR (5 de abril 2012)1ª Lectura. Éxodo 12, 1-8.11-14. Prescripciones sobre la cena pascual.
La pascua hebrea, que en principio fue una fiesta de pastores, se convirtió en un rito que celebraba y agradecía la liberación de Egipto, bajo la protección del Señor. Esta celebración se repetía todos los años, actualizando el agradecimiento del pueblo por todos los dones recibidos del Señor. Esta pascua prepara para la alianza nueva y eterna que sella Cristo con su muerte.
Salmo 115. El cáliz que bendecimos es la comunión de la sangre de Cristo. ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?...
2ª Lectura. 1ª a los Corintios 11, 23-26. Cada vez que coméis de este pan y bebéis de la copa, proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva.
La comunidad cristiana, para estar en condiciones de celebrar la cena del Señor, tiene que estar unida, sin divisiones y valorar el compartir con los hermanos. Cuando nos falta esta actitud, nos incapacitamos para celebrar la Cena del Señor. Pablo establece una estrecha relación entre Eucaristía y muerte del Señor: cada vez que la celebramos, proclamamos su muerte hasta que vuelva.
Evangelio. Juan 13, 1-15. Los amó hasta el extremo.
El Señor, después de adelantar la celebración de la cena de pascua con sus discípulos, les sorprendió cambiando el ritual de celebración. Comenzó con un gesto que no era de sirvientes, sino de esclavos, lavándoles los pies. Se levantó, se quitó el manto, se inclinó… (Él, que tanto sabía de despojarse…!) adelantando su entrega y limpiando la suciedad del hombre. En lugar de cordero, se entregaba Él en el pan y en el vino. Y para siempre.
El Jueves Santo la Iglesia se reúne para celebrar con Jesucristo la cena de pascua, que es cena de despedida.
Tres son los regalos que nos deja el Señor, y que son nuestra riqueza hasta que Él vuelva. El primero es la Eucaristía; en el pan y en el vino le tenemos a Él, su cuerpo y su sangre, su vida, memorial de su pasión, sacramento de su presencia; le tenemos como banquete de comunión. Cuando hablamos de Él no lo hacemos en pasado, está en nuestro presente, es el compañero permanente en nuestro camino. La intimidad de aquella noche puede ser actualizada cada día y da sentido a nuestras vidas. Cada última cena hacemos memoria de su entrega.
El segundo regalo es el sacerdocio. El Señor constituyó en sacerdotes a los apóstoles para que perpetuaran el signo de su entrega:”Haced esto en memoria mía”. El sacerdote está en función de la Eucaristía y al servicio del pueblo de Dios, para consagrar, predicar la palabra, reunir al pueblo de Dios, administrar el perdón, recordar la exigencia de la caridad; el sacerdote tiene que ser como el Señor y configurar en su vida el sacramento de Cristo que celebra.
Y el tercer don es el mandamiento del amor, el mandamiento nuevo. Él le dio la medida, “hasta el extremo” y también, a los enemigos; es nuevo, porque es el primero que lo vivió. Es el estilo de vida de los cristianos. Es la forma de mantenernos unidos a Él y de sentirnos de los suyos. No podemos entenderlo mal, porque el referente es “como yo os he amado”, y Él se ha hecho esclavo por nosotros y ha llegado hasta a dar su vida. Es un amor, que sin la Eucaristía, seríamos incapaces de vivir.
La Iglesia se visibiliza en la Eucaristía y se renueva. Si la comunidad no vive unida y reconciliada no puede celebrar la Eucaristía. Si no tiene una caridad real no es eficiente. Como Cristo, es comunidad que vive el amor y el servicio. Cada Jueves Santo se conmueve ante la grandeza del don y la responsabilidad de actuar desde él.
En cada Eucaristía el Señor se hace pan y vino; renueva su eterna alianza de amor entre los hombres; se nos entrega como viático, alimento para el camino de la vida; como prenda de la gloria futura; nos reúne como comunidad de hermanos; nos urge a que atendamos a todo tipo de hambrientos del mundo…se queda por amor, se entrega por amor, para que no se apague en nuestro corazón la exigencia de amar.
“Señor Dios nuestro, nos has convocado esta tarde para celebrar aquella misma memorable Cena en que tu Hijo, antes de entregarse a la muerte, confió a la Iglesia el banquete de su amor, el sacrificio nuevo de la Alianza eterna; te pedimos que la celebración de estos santos misterios nos lleve a alcanzar plenitud de amor y de vida”.
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