Blog del párroco
PENTECOSTES (12 de junio) 
sábado, junio 11, 2011, 10:44 AM - Comentarios a las Lecturas
DOMINGO DE PENTECOSTÉS (12 de junio)

1ª lectura. Hechos de los Apóstoles 2, 1-11. Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar.

Salmo 103. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

2ª lectura. Primera a Corintios 12, 3b-7.12-13. Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.

Secuencia. Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo.

Evangelio. Juan 20, 19-23. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.


Pentecostés acontece el día en el que el Espíritu Santo es derramado sobre los Apóstoles, reunidos con María y otros discípulos del Señor en oración, en el Cenáculo de Jerusalén. Se oyó un viento recio, cayó sobre ellos unas lenguas, como llamaradas…no es fácil explicar lo que sucedió, lo que está claro es el resultado: aquellas personas quedaron transformadas: se empezaron a ver y sentir como comunidad enviada al mundo a predicar a Jesucristo; comprendían lo que antes no entendían; tenían valor ante lo que les atemorizaba y asustaba; experimentaban un amor muy grande al Resucitado y a los hermanos; su entusiasmo era tal que todos les entendían hablar de “las maravillas de Dios” realizadas en Cristo y en nosotros. Nació la Iglesia y se sintió enviada al mundo.

Jesús, cuando comenzó a preparar su partida, les empezó a hablar con más intensidad y claridad del Espíritu Santo. Estaba presente desde el principio, desde la creación, pero tenían a Jesús y se sentían muy llenos de Él. Jesús les decía que convenía que se machara, que no los dejaría solos, que les enviaría su Espíritu, quien les llevaría a la verdad plena, los defendería, los transformaría interiormente. Pero no terminaban de comprender. También a nosotros nos resulta muy difícil.

El Evangelio nos narra que en la mañana de la Resurrección, cuando está la comunidad reunida, se hace presente Jesús y después de saludarles con la paz, “exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: recibid el Espíritu Santo, a quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados y…”. En la creación de Adán, Dios sopló sobre el hombre y creó, dio vida; ahora es Cristo quien exhala su aliento para que su Espíritu, dejando en nosotros su misma vida, nos perdone y no haga capaces de trasmitir el perdón, la vida misma de Dios. Comienza en nosotros la nueva vida espiritual.

La Iglesia tiene el Espíritu Santo, don personal que procede del Padre y del Hijo; es el aliento, la misma vida de Dios, el amor de Dios.

El Espíritu Santo transforma a la Iglesia, de un grupo de hombres, en una comunidad de hermanos, con una meta, el Padre, un camino que se convierte en misión, Cristo; y una fuerza, un vigor, el Espíritu Santo...Cada cristiano lo hemos recibido en el Bautismo y en la Confirmación, para que nos asemeje a Cristo y podamos llevar adelante su plan transformador en el mundo. Dejarle actuar y escucharle serán nuestra responsabilidad.

El Espíritu nos ayuda a entendernos porque nos hace hablar la lengua de la caridad, a vivir en comunión (no quiere decir “uniformados”, (hay diversidad de funciones y de cualidades). El Espíritu quiere que vivamos como Jesús y que actuemos en su nombre.

La secuencia de la misa de hoy presenta al Espíritu Santo como Padre amoroso, luz, don extraordinario; habla de su efecto en nosotros: es el dulce huésped y descanso del alma, tregua, brisa, gozo…Nos enriquece, llena el vacío interior, nos sana el corazón, nos serena, pone el calor de la caridad… nos premia, nos salva.

El Espíritu Santo es la tercera manifestación personal de Dios. La obra del Padre es la creación; la del Hijo la redención (¡qué visible fue su vida, su muerte y su resurrección!); la obra del Espíritu Santo es la vida de la Iglesia y su pervivencia en el tiempo, la santidad de tantos cristianos (los santos son don, fruto y presencia del Espíritu) y la transformación que debe darse en nosotros para que cada día podamos decir, con mas verdad, es Cristo quien vive en mí, para mí la vida es Cristo. La vida de oración.

El Espíritu tiene que ser visible en el mundo, no puede ser el gran ausente y desconocido. Nosotros somos templo de su presencia y nuestra vida debe ser fruto eficaz de su acción. Cuando el cristiano vive comprometido, como lo estuvo Cristo, en las causas de los hombres, en los problemas de la sociedad, en esta entrega el Espíritu se visibiliza. En la historia “habló por los profetas”, y sigue sorprendiendo con los nuevos profetas, que se salen en todo tiempo, para alzar la voz sobre alguna urgencia o algún derecho fundamental, que la mayoría de los contemporáneos no ve: Juan Pablo II, Madre Teresa de Calcuta…

Los frutos del Espíritu Santo son manifestaciones en la vida del cristiano de esta presencia interior: la alegría, la paz, la caridad real, la paciencia, la generosidad, la bondad, la perseverancia, la fe, el amor limpio y generoso…

Pentecostés es dimensión permanente de la Iglesia y de cada cristiano. Abiertos a la acción del Espíritu, por el camino que es Cristo, hasta la meta, el Padre, llevando con nosotros la realidad de nuestros hermanos.

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ASCENSION DEL SEÑOR (5 de junio) 
domingo, junio 5, 2011, 09:21 AM - Comentarios a las Lecturas
SOLEMNIDAD DE LA ASENSIÓN DEL SEÑOR (5 de junio)

1ª Lectura. Hechos de los Apóstoles 1, 1-11. Se elevó a la vista de ellos.
Salmo 46. Dios asciende entre aclamaciones, el Señor, al son de trompetas.
2ª Lectura. Carta a los Efesios 1, 17-23. Lo sentó a su derecha en el cielo.
Evangelio. Final del Evangelio de Mateo. 28, 16-20. Misión de los Once en el marco de la Ascensión. “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra”.

“Subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre”. Cuando recitamos el credo, proclamamos nuestra fe en la glorificación de Cristo y en su vuelta junto al Padre, el lugar y la dignidad que le corresponde, después de cumplir su misión en la tierra entre nosotros. El Crucificado y Resucitado, vive junto al Padre hasta que “de nuevo venga con gloria a juzgar a vivos y muertos”.

Los discípulos no terminaban de creer que el Señor fuera a marcharse: “¿Cuándo vas a instaurar la soberanía de Israel?”. El Señor los condujo a Galilea, a un monte, y desapareció de sus ojos. Es la última vez que le vieron glorioso después de la resurrección. Y allí les envió a ser sus testigos, y a bautizar, incorporando nuevos miembros a la comunidad cristiana, al proyecto de Jesús.

No los dejaba solos, les prometió el Espíritu Santo y les aseguró otra forma de presencia: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos”.

Hoy es un día de alegría y de cierto pesar. Celebramos la victoria del Señor, pero la Iglesia, la comunidad cristiana, vive sin la presencia física de Cristo; lo tiene de otras formas: en la Palabra, en la comunidad, en los pobres, en la eucaristía, en su Espíritu…Tenemos que ser sus testigos porque no está El. Esta es la exigente y trascendente misión de la Iglesia. Debemos hacer presente su vida sus palabras, sus valores sus prioridades…de forma que invitemos al seguimiento, a la incorporación a la comunidad y que recordemos su regreso.

El Señor se despidió en Galilea, así nos recuerda que es en la vida ordinaria, en el día a día, incluso en nuestras tareas más ocultas, donde debemos vivir con el Espíritu y desde las palabras de Jesús.

La vida de todo cristiano tiene una meta, el cielo, no estamos perdidos ni desorientados. Además, debemos mirar hacia arriba y apartar de nosotros todo materialismo y codicia.

Tenemos una misión, ser testigos del Señor, y esto supone vencer la mediocridad, la rutina, desterrar el mal de nosotros, vivir el Evangelio, permanecer en actitud de mejora y conversión.

El vivir sin la presencia de física de Cristo nos urge a tener más sentido de Iglesia, de comunidad cristiana: la Iglesia es el cuerpo de Cristo y los hermanos en la fe nos respaldan y acompañan en el testimonio. No estamos solos ni vamos a la nuestra. No podemos llevar una vida cristiana individualista, ni que se circunscriba solo a lo privado, porque la fe se vive en el mundo y para transformarlo en el proyecto de Dios.

La Iglesia y las comunidades cristianas no estamos llamados a encerrarnos en nosotros mismos “galileos, no os quedéis mirando al cielo” sino que tenemos que seguir la misión de Jesucristo, con la fuerza de su Espíritu y el consuelo y estímulo de su compañía “Yo estoy con vosotros”.

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FINAL DEL MES DE MAYO DEDICADO A LA SANTÍSIMA VIRGEN 
lunes, mayo 30, 2011, 11:52 PM - Otros
DECALOGO PARA EL HIJO DE MARÍA
1. Di “sí” en las cuestiones y situaciones en las que veas claro que se te llama al servicio y a la generosidad. El “sí” de María y el de Jesucristo en la encarnación se prolongan donde hay personas que responden afirmativamente a todo lo bueno.

2. Ponte en camino como María. Ni te aísles ni te inmovilices ante las dificultades, por miedo, pereza o cobardía. Es bueno saber que no muy lejos hay siempre alguien que te espera.

3. Fíate de Dios. No te dejes arrastrar por la crítica ambiental sobre la Iglesia. María vivió de espaldas a toda murmuración haciendo en cada momento la voluntad de Dios. Siempre fue fiel al Señor.

4. Procura ser reflexivo y ponderado donde te encuentres: familia, trabajo, amigos, otras actividades...María meditaba, guardaba en el corazón, se tomaba tiempo, hacía silencio. Tómate tiempo, háblalo con Dios.

5. Procura que donde te muevas no falte el vino del verdadero amor, de la alegría, de la ilusión. María estaba atenta y buscaba los medios, para que nunca faltara el calor adecuado y la alegría fraterna.

6. Trata con delicadez a todos los que te rodean, como María. Sé respetuoso, delicado, afable…Se recoge lo que se siembra.

7. Que no te parezca difícil ser cristiano. Esto pasa a los que lo miran de lejos. Cuando encajas tu vida en el plan de Dios y acoges sus palabras como un don del amor, es agradable y liberador seguirle. Haz presente con tu ejemplo la alegría de la fe.

8. María sabe estar cerca desde el silencio, respetando la libertad, acompañando, sin entender muchas veces. La confianza de los que nos quieren nos da fuerza en las dificultades y en las oscuridades. María nunca dejó a Jesús. Siempre es más fácil llegar a la meta con una compañía que espera y anima.

9. Ocultarse en la fiesta y hacerse presente en el Calvario y en el Gólgota. Acerquémonos a las personas cuando sufren, discretamente, sin sensiblerías, sin protagonismos.

10. Ante el peligro del mal, huye. María supo huir a Egipto. No hay que exponerse a peligros con una naturaleza humana tan débil y frágil.

(Comentario al decálogo de P. Javier Leoz)

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SEXTO DOMINGO DE PASCUA (29 de mayo) 
sábado, mayo 28, 2011, 12:14 AM - Comentarios a las Lecturas
DOMINGO VI DE PASCUA (29 de mayo)
1ª Lectura. Hechos de los Apóstoles 8, 5-8. 14-17. Les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.
Salmo 65: Aclamad al Señor, tierra entera.
2ª Lectura. De la primera carta del apóstol San Pedro 3, 15-18. Murió en la carne, pero volvió a la vida por el Espíritu.
Evangelio. Juan 14, 15-21. Yo le pediré al Padre que os de otro Defensor.

Durante el tiempo pascual, el Señor resucitado nos habla mucho del Espíritu Santo que actuará en su nombre y en su lugar, que nos conducirá a la verdad plena, que será nuestro abogado. Su presencia y su tiempo se hará visible de manera especial el día de Pentecostés. “No os dejaré solos…os enviaré…”son palabras de consuelo de Jesús. Hoy nos hablan del Espíritu Santo las tres lecturas.
La primera, del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos cuenta que por Samaria se había extendido la palabra del Señor, que los discípulos habían recibido el bautismo, pero que los apóstoles aún no les habían “impuesto las manos”, que era el gesto por el que trasmitían el don del Espíritu Santo. Este texto ha sido un testimonio de la presencia de la confirmación, como sacramento distinto del bautismo, en el primer tiempo de la vida de la Iglesia.
Nosotros, el día de nuestro bautismo, por la ablución y la crismación, fuimos incorporados a Cristo, ungidos por su Espíritu y hechos templo suyo. Pero en la Iglesia siempre ha habido un segundo momento en el que el cristiano, ha recibido de manera más plena el don del Espíritu Santo, por la crismación en la frente y la imposición de manos. El mismo Jesús, que fue engendrado por obra del Espíritu Santo en la anunciación, le recibió en su bautismo en el Jordán, permaneció en Él y lo ungió como Mesías.
Los bautizados, por medio de la Confirmación, el sacramento en el que recibimos al Espíritu Santo, recibimos una vez para siempre, este don con el que participamos de la unción mesiánica de Cristo y de la gracia de Pentecostés. La constitución sobre la Sagrada Liturgia del concilio Vaticano II, al hablar de la Confirmación, nos enseña que recibimos el don del Espíritu Santo de una manera especial a como le recibimos en el Bautismo y que nos capacita para dar razón de nuestra esperanza y para defender y difundir la fe.
Con este Espíritu podemos orar, esforzarnos y superarnos, dar testimonio, ser cristianos maduros y libres. San Ireneo decía que Cristo y el Espíritu Santo son como las dos manos del Padre.
En la segunda lectura, San Pedro nos dice en la primera de sus cartas, que el Espíritu resucitó a Jesús de entre los muertos, “lo volvió a la vida” y a nosotros, consagrados por este mismo Espíritu, nos exhorta a que “glorifiquemos a Cristo y demos razón de nuestra esperanza a quien nos la pidiera”. Dar razón de nuestra esperanza supone dar testimonio de lo que se cree y de lo que se espera, de todo aquello por lo que se vive y por lo que se muere.
El cristiano ni es un ignorante ni un fanático; es una persona que ha descubierto todo lo que Cristo es, y en Cristo encuentra y espera, y desde esta fe, da razones de sus actos, convicciones, esperanzas…con sencillez y con firmeza.
Jesús, en el Evangelio, nos dice que le va a pedir al Padre que nos de “otro defensor”, el Espíritu Santo, el Paráclito. ¡Qué misión más trascendente! El abogado que, en lugar de Cristo, nos represente, que nos defienda, hable por nosotros, nos aconseje, nos anime…que nos de fuerza para resistir al mal. El Espíritu de la verdad, para que podamos comprender las palabras de Jesús, vivir sus mandamientos, conducirnos a la verdad plena.
El Espíritu Santo solamente lo pueden recibir los que creen en Cristo y lo aman, porque solo ellos lo conocen y lo acogen.
El cristiano necesita crecer en vida interior. Saber encontrarse con el Espíritu del Señor en lo más hondo de sí mismo y en la vida de los demás. Cuidar todo lo que vaya realizando en él esta transformación interior. Somos otra cosa que “militantes de un determinado grupo”.
Este Espíritu es el que consagra cada día el pan y el vino de la Eucaristía, el que nos permite vivir en plenitud nuestra condición de hijos de Dios y el que nos envía a proponer con razones y con la experiencia la fe para que llevemos a otros muchos a Cristo.

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QUINTO DOMINGO DE PASCUA 
sábado, mayo 21, 2011, 11:21 AM - Comentarios a las Lecturas
QUINTO DOMINGO DE PASCUA (22 de mayo)

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 6, 1-7. Escogieron a siete hombres llenos de Espíritu Santo.

Salmo 32. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros como lo esperamos de ti.

Segunda lectura: Primera carta de San Pedro 2, 4-9. Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real.

Evangelio: Juan 14, 1-12. Yo soy el camino, y la verdad y la vida.

Ya estamos en el quinto domingo de Pascua y la Palabra de Dios nos pone en contacto con Jesús y con la Iglesia en sus comienzos, que ya va configurándose como una Iglesia de servicios, como el pueblo sacerdotal de Dios.
El Evangelio, Juan 14, lo hemos escuchado muchas veces en celebraciones de despedida de cristianos, en funerales, porque el Señor nos consuela, nos serena y nos recuerda que El está a la otra parte de esta vida, y que, cuando esta vida nos queda insuficiente, incluso cuando en este mundo no tenemos sitio, El nos lo ha preparado en la casa de su Padre. ¡Cuánta paz y cuanta esperanza!
En el Evangelio, el Señor nos recuerda que su muerte no ha sido un fracaso (esto se escribe a la luz de la resurrección), sino que es su vuelta a la casa del Padre, que allí está su sitio y el nuestro. Como otras muchas veces en el cuarto evangelio, vemos que los apóstoles le entendieron de manera literal: “Señor, no sabemos dónde vas, cómo podemos saber el camino”, y el Señor le respondió: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, tres palabras esenciales en la vida de todo hombre.
El Papa, en la jornada mundial de la juventud en Santiago de Compostela, comentaba a los jóvenes que la vida es un camino que hay que recorrer y que quien pierde el sendero se pierde a sí mismo; las personas elegimos otros caminos para ir por la vida como podemos, y muchos terminan en grandes fracasos de todo tipo, porque no conducen hacia ninguna parte. Jesús es camino de ida y vuelta: vino del Padre, nos ha trazado la senda para vivir, ser felices, hacer el bien, con su Evangelio, con su Persona, con su manera de vivir, y ha vuelto al Padre dejándonos abierto el camino para que también nosotros lo recorramos. Nosotros, caminantes por la vida, sabemos que sí que hay camino, y que ese Camino es Jesucristo. Ser cristiano supone una manera de vivir y de entender la vida.
Jesús es la Verdad. A Pilatos no le respondió porque Él era la respuesta. Podemos hablar de verdades, a nivel intelectual, separándolas de la coherencia de la vida, o de verdades a medias, o de afirmaciones “correctas y oportunas”…Jesús revela al hombre su realidad más total y su destino. Cristo, todo El y todo en El, es la verdad del hombre y de la condición humana. La gran desgracia de vivir en la mentira no es solo el engaño y la manipulación que causas a los demás, sino que terminas perdiéndote a ti mismo por la deformación en la que se vive de la propia realidad.
Jesús es la Vida, en Él está la vida. Si nuestra vida no es auténtica ¿qué somos, qué queda de nosotros? “En El estaba la Vida…”ya nos indica Juan en el prólogo de su Evangelio. El es imagen del Padre, quien quiera conocerle, que le contemple a Él. El cristiano, desde la vida auténtica en Cristo, la experimente, la proclama, la procura y la defiende.

La primera lectura nos habla de la Iglesia, de la elección de los diáconos, para que se puedan atender todos los servicios de la comunidad: la oración, la evangelización y el ejercicio de la caridad. Entonces, el problema de llegar a todo, lo tenían los apóstoles porque “eran muchos los que se incorporaban” a la comunidad cristiana. Ahora el problema lo tenemos los sacerdotes porque somos pocos y mayores, por la crisis de vocaciones el ministerio. Hoy necesitamos muchos cristianos, dispuestos y preparados, para compartir la misión de evangelizar y llegar a las muchas tareas que se presentan como consecuencia del ejercicio de la caridad; y también, que nos acompañen en la oración y participen, para que tengan un carácter más comunitario, en las celebraciones litúrgicas.
San Pedro nos habla del “pueblo sacerdotal”, haciendo referencia al sacerdocio común de los fieles, vuelto a hacer presente en la Iglesia por el concilio Vaticano II. En la celebración bautismal, cuando somos crismados, se nos dice que formamos parte de un pueblo de sacerdotes, profetas y reyes, porque podemos ofrecer nuestra vida y actividad y hacer presente la verdad que es Jesucristo, con nuestra palabra y vida.
El único sacerdote es Jesucristo; el sacerdocio ministerial y el sacerdocio común de los fieles, en diferente grado, hacen presente a Cristo en la sociedad, a la que hay que servir y transformar desde el proyecto de Dios.
Agradezcamos la dignidad recibida por nuestra condición de bautizados, y hagamos presente a Jesucristo con la autenticidad y el compromiso de nuestra vida.

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