sábado, noviembre 26, 2011, 07:58 AM - Comentarios a las Lecturas
PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO (27 noviembre 2011)1ª Lectura. Isaías 63, 16-17: 64, 1.3-8.¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!
Salmo 79: Señor, Dios nuestro, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve
1ª Corintios 1, 3-8. Esperamos la manifestación de nuestro Señor Jesucristo.
Marcos 13,33-37: Estad alertas porque no sabéis cuando llegará el momento
La oración colecta de hoy nos sitúa en la verdadera actitud personal para comenzar este tiempo de gracia que es el adviento: “Señor…aviva en nosotros el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras, para que merezcamos poseer el reino eterno”
Como los primeros cristianos también nosotros vivimos entre dos certezas: el hecho de que el Señor vendrá y de que no sabemos cuándo.
Hoy la palabra de Dios nos habla de una virtud y actitud fundamental: la atención y la vigilancia. Y de una virtud teologal: la esperanza.
La esperanza nos da la certeza de que la vida es un camino abierto, con una meta, con alguien que nos espera y a quien le importamos. La esperanza ilumina y da sentido el momento presente y a cada etapa de la vida.
Sin esperanza podemos pensar que la vida es una existencia cerrada, sin ilusiones, sin motivos para la lucha y el esfuerzo personal. Perdemos la esperanza cuando vivimos satisfechos pensando que todo lo importante ya lo tenemos conseguido por nosotros mismos, y que, por tanto, no necesitamos nada de nadie (presunción); esta actitud nos instala en el orgullo y la autosuficiencia y confunde la felicidad y la realización personal con éxitos y placeres humanos, vanos y pasajeros.
También perdemos la esperanza cuando vivimos desde el convencimiento de que no hay nada que hacer, no hay solución, y que , por tanto, solo hay lugar para la resignación ante el presente y el futuro (desesperanza-desesperación). Esta actitud conduce a la pasividad y hunde en la tristeza y el desencanto.
“Aviva en nosotros”. La esperanza y la vigilancia nos hacen estar despiertos, activos, perseverantes, con el deseo de esperar a Cristo con lo mejor de nosotros, con nuestras mejores obras.
La parábola del portero que vigila es una invitación a avivar la fe, no se trata de una palabra de temor. De hecho, cuando esperas a alguien a quien amas, estás pendiente y no puedes hacer otra cosa que esperar y disponerlo todo para su venida. Esta actitud cariñosa y responsable es la del cristiano.
Los Padres de la Iglesia hablaban de tres venidas del Señor: la que tuvo lugar cuando se encarnó, en Belén, que vino revestido de sencillez y pobreza y de la que estaremos pendientes a partir del 17 de diciembre; la que tendrá lugar al final de los tiempos, solemne, como Señor revestido de gloria, y que está presente en las lecturas al final de año litúrgico y en la primera parte el Adviento; y la que viene a cada uno, en las sugerencias de hacer el bien de cada día y al final de la vida de cada uno. En el adviento recordamos la primera, nos preparamos para la segundo y tratamos de vivir para estar siempre en condiciones de encuentro con el Señor, la tercera.
La Eucaristía de cada domingo nos ayuda a prepararnos (“mientras esperamos la segunda venida”) y a esperar (“ven, Señor Jesús).
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