sábado, diciembre 31, 2011, 09:00 AM - Comentarios a las Lecturas
SOLEMNIDAD DE SANTA MARIA, MADRE DE DIOS. Octava de la Natividad del Señor. Primer día del año. Jornada por la pazHoy veneramos a la Virgen María como Madre de Dios. Su Hijo Jesucristo es Hijo de Dios, y ella es Madre de su Persona divina, la segunda de la Santísima Trinidad. El concilio de Éfeso, en el siglo V, proclamó solemnemente lo que atestiguaba, creía y celebraba la Iglesia: que a la Madre del Señor, con toda propiedad, podíamos llamar Madre de Dios. Como María dio a luz a quien es fuente de la gracia, es Madre de la Iglesia y símbolo de la comunidad cristiana, en cuyo seno encontramos a Cristo. Esta es la fiesta más antigua de la Santísima Virgen.
1ª Lectura. Números 6, 22-27. Invocarán mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré.
Salmo 66. El Señor tenga piedad y nos bendiga.
Gálatas 4, 4-7. Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer.
Evangelio. Lucas 2, 16-21. Encontraron a María, a José y al Niño. Al cumplirse los ocho días le pusieron por nombre Jesús.
En el inicio del año pedimos la bendición del Señor sobre nosotros, sobre nuestras familias, sobre nuestro país y sobre el mundo entero. En los anhelos de todos está el deseo de que no nos falte la salud, el trabajo, el amor y la paz. En la primera lectura proclamábamos el deseo de que el “señor muestre su rostro sobre nosotros”. La mirada de Dios despierta en nosotros paz y serenidad. En el comienzo del año pedimos y deseamos, y de alguna manera nos comprometemos, a procurar todo lo mejor para los demás.
Pero hoy nos centramos en la figura de la Madre. La Iglesia mira agradecida a María por su colaboración en el misterio de la Encarnación. María es necesaria y ni falló a Dios ni a todos los nosotros. Además de su “sí” en la Anunciación, que supuso su opción y entrega total al proyecto de Dios, su actitud permanente ante lo que veía y vivía era “conservar todas esas cosas, meditándolas en su corazón”. No vivía nada de manera superficial sino que procuraba entenderlo todo desde lo más íntimo de sí, dando tiempo a Dios y a sí misma. También nosotros debemos profundizar en el misterio de la Navidad, en todo lo que estamos celebrando y viviendo estos días: contemplar la humildad, la pobreza, la confianza de Dios, su solidaridad con todo ser humano, el asumir todo lo nuestro desde abajo y desde dentro…y todo por infinito amor. María lo supo contemplar para poderlo vivir. Ella es la Madre peregrina que protege, acompaña, sufre; la primera discípula que se deja cambiar el corazón por las enseñanzas del Señor. Ella es Madre desde Nazaret, en Belén, en Egipto, en los caminos de Galilea y Judea, al pie de la Cruz, en el Cenáculo a la espera del Espíritu Santo. Madre de Cristo siempre, dándonosle y refiriéndonos a Él. Los cristianos, como María, debemos formarnos bajo la mirada y en el seguimiento de Cristo, para hacerlo presente con nuestro testimonio ante los demás. Por todo, la celebramos como Madre de Dios y Madre nuestra.
Hoy también es día de reflexionar y agradecer el don del tiempo y de la vida. Un año más nos regala el Señor, para crecer como personas, para hacer el bien, para construir. Siempre es lamentable perder, tirar…la salud, el tiempo, las cualidades, los medios que tenemos; es triste perder el matrimonio, la familia, el trabajo…porque no hemos estado a la altura de lo que teníamos y no lo hemos valorado suficientemente. Es un fracaso no ser felices y no hacer agradable y fácil la vida a los demás. El tiempo es don valioso, que se nos regala ¡A ver qué hacemos con él!
Comenzar un año es una ocasión para la esperanza: todo lo que vamos a encontrar, va a cambiar, podemos construir…Sabemos, que los tiempos, como siempre, son difíciles. Que estamos en una situación en la que hemos caído muy bajo y por muchos motivos. Hemos visto pero, ¿hemos aprendido? ¿Estamos dispuestos? El futuro acontece y se construye. Si actuamos desde la fe recibida, seremos más libres, más fuertes y podremos hacer más por los demás.
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