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SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS (lunes 1 de noviembre) 
jueves, octubre 28, 2010, 03:19 PM - Comentarios a las Lecturas
SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS (lunes 1 de noviembre)

1ª Lectura: Apocalipsis 7, 2-4.9-14. Vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas.

Salmo 23. Estos son los que buscan al Señor.

2ª Lectura: 1ª de Juan 3, 1-3. Veremos a Dios tal cual es.

Evangelio: Mateo 5, 1-12ª. Estad alegres y contentos porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

Hoy celebramos una fiesta muy importante, ya que sin ser domingo, la Iglesia nos convoca para celebrar la eucaristía y dar gracias a Dios por el don que son los santos.

Hoy celebramos “en una misma fiesta, los méritos de todos los santos”, como pedimos en la oración colecta de la misa. En las diversas plegarias eucarísticas, todos los días tenemos como intercesores a los santos, quienes” constituyen la asamblea del cielo” porque “vivieron en tu amistad a través de los tiempos”. Pedimos “compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas” con ellos, no “por nuestros méritos, sino conforme a tu bondad”.

Los santos son a lo largo de la historia frutos de la presencia del Espíritu, testigos vivos de Jesucristo, configurados por el evangelio, en tiempos y circunstancias muy distintas de la vida. Los hay de “todas razas, lenguas, pueblos y naciones”.
Cada uno tendría unas dificultades en su lugar, tiempo y circunstancias, pero creyeron en el Señor, confiaron en él y la fuerza de sus vidas no fue otra que la del amor a Dios y a los demás. Vivieron con sencillez y con autenticidad, se sintieron “amigos fuertes de Dios”, hablaron con Dios más que de Dios. No se buscaron a sí mismos. Entendieron la lección del grano de trigo en la tierra. Juan Pablo II, cuando hablaba de los mártires decía que “vivieron amando y murieron perdonando”.

El santo se hace. Con la ayuda de Dios y con la respuesta personal vivida con esfuerzo y fidelidad.
La santidad se debe procurar, es una meta: el camino son las bienaventuranzas: ser felices de saberse hijos de Dios y hermanos de los hombres; misericordiosos, desde la experiencia del amor de Dios en nosotros; perseverantes, comprometidos con el sufrimiento del hermano, esforzados en los trabajos del Reino, limpios de corazón, constructores de paz porque vivimos en ella; dichosos por hacer nuestra la pasión de Cristo que es trabajar por una sociedad afín al proyecto del Reino de Dios y que es posible, donde el ser humano sea reconocido en toda su dignidad como hijo de Dios.
Cada tiempo tiene sus santos, brillantes y elocuentes o discretos y silenciosos, pero siempre héroes por el amor. Se convierten en Palabra. La Madre Teresa de Calcuta nos recuerda el grito de los más pobres; Juan Pablo II, el esfuerzo permanente por luchar por la dignidad del hombre. Francisco de Asís, la alegría de sentirse hijo de Dios y la libertad de la pobreza: Juan XXIII, la pasión por la paz. El Maximiliano Kolbe, la dignidad y el valor del hermano más desgraciado que se merece que entreguemos la vida. El Padre Pío la fuerza de la bondad hecha de amor a Dios. No hay palabra más clara que el testimonio de una persona fiel y santa.
Por nuestro bautismo fuimos incorporados a Cristo, llamados a la santidad, implicados en la misión de la Iglesia. Pablo VI decía que este mundo nuestro necesitaba más testigos que maestros, y que solo haría caso a los maestros si antes eran testigos. Todos hemos tenido la gracia de conocer personas ejemplares en su vida religiosa, personal, familiar, profesional y social. Nosotros somos el resultado de una siembra muy generosa de gracias de Dios y de medios y muy buenos ejemplos recibidos. Creo que debemos procurar, con la ayuda de la gracia de Dios que no nos falta, ser testigos creíbles y, como dijo Benedicto XVI al comienzo de su pontificado, humildes trabajadores de la viña del Señor.


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