Blog del párroco
ADVIENTO-NAVIDAD, TIEMPO DE GOZO Y DE ESPERANZA 
miércoles, noviembre 28, 2012, 09:44 AM - Otros
ADVIENTO-NAVIDAD, TIEMPO DE GOZO Y ESPERANZA.

El próximo domingo, día 2 de diciembre, comenzamos un año más el tiempo de Adviento, tiempo entre dos venidas: la histórica, el nacimiento de Jesús en Belén, y la que sucederá al final de los tiempos, cuando el Señor vuelva con toda su gloria como Señor del universo.

Dura cuatro semanas, y en ellas nos preparamos para recibir al Señor. Como ocurre cuando esperamos a alguien a quien amamos, la espera la vivimos con alegría y nos preparamos y lo disponemos todos para que el que viene se sienta acogido y a gusto, porque sabe que le queremos y le esperamos. Hay que ordenar la casa y el corazón.

La actitud de este tiempo es la atención y vigilancia, para enterarnos de todos los signos y acontecimientos a través de los cuales viene el Señor; a nivel personal conversión, debemos estar prontos a cambiar en nosotros lo que sea necesario (la santa misa nos lo recuerda con el color morado de los ornamentos). La virtud que nos sostiene es la esperanza, porque la venida del Señor nos recuerda que no estamos solos y vivimos la certeza de que él lo hará todo nuevo.

El Adviento es el tiempo de la Iglesia, que tiene su razón de ser y misión entre las dos venidas del Señor. Necesitamos el Adviento, porque necesitamos no olvidar que “aparecerá la bondad de Dios”, que le contemplaremos en un niño pobre que viene a compartir nuestra vida. Necesitamos contemplar a María, disponible, maternal, servicial, mujer de fe…A José, en la oscuridad del misterio y caminando hacia adelante apoyado en la Palabra de Dios; a Zacarías, a Isabel, a los pastores, a los ángeles. Tiempo de apertura y de manifestación de la misericordia de Dios hecha ternura y delicadeza.

En las iglesias y en las casas podemos tener la corona del Adviento. Se hace con ramas verdes, que nos recuerdan la esperanza; se abraza con una cinta roja, signo del amor de Dios que viene; con cuatro cirios, verde-azul-rojo-blanco, que se van encendiendo progresivamente cada semana (uno- dos-tres-cuatro) y que nos indican que nos acercamos a la fiesta de la luz plena que es la Navidad, que es Jesucristo; es circular, sin principio ni fin, como el amor de Dios que es eterno.

En nuestros hogares debemos poner en un sitio digno un Nacimiento o una imagen del Niño Jesús que nos ayude a no olvidar el motivo de estas fiestas, signo de que le acogemos en nuestra casa y en nuestra vida y que podemos mostrar a quienes nos visiten, testimoniando nuestra condición de cristianos. En el alumbrado público, en la ornamentación de negocios, e incluso y en muchas tarjetas de felicitación ha desaparecido todo contenido cristiano, queriendo dar sentido pagano a estas fiestas.

Comenzaremos el ciclo C en las lecturas dominicales, el año de Lucas, el evangelista de la oración, de la misericordia, de los pobres…el que nos cuenta con más detalle la infancia de Jesús. Es una buena ocasión para leerlo de manera continua y para enriquecer la lectura con algún estudio.

Este año viene el Adviento y la Navidad en una situación social muy difícil. Hay muchas personas y muchas familias que están sufriendo mucho y sin ninguna esperanza. Los desahucios, el paro… y con la inseguridad de no saber cuándo ni cómo terminará esta situación. Más que nunca el Adviento y la Navidad deben traer esperanza que se haga realidad en la ayuda concreta que unos a otros nos podamos ofrecer. Todos tenemos mucho que ofrecer, ya que las únicas ayudas no son materiales.

Y en el año de la fe. Para nosotros la vida es Cristo, y por tanto, es auténtica si es como la de Cristo. Que aumente nuestra confianza y nuestra caridad para que seamos buenos testigos y el mundo crea.

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SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (25 de noviembre de 2012) 
jueves, noviembre 22, 2012, 09:43 AM - Comentarios a las Lecturas
JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO. Último domingo ordinario. (25-11-2012)

1ª Lectura. Daniel 7,13-14. Su poder es eterno, no cesará.

Salmo 92. El Señor reina, vestido de majestad.

2ª Lectura. Apocalipsis 1, 5-8. Aquel que nos amó, nos ha liberado de nuestros pecados.

Evangelio. Juan 18, 33-37. Tú lo dices: soy Rey.

Termina el año litúrgico con la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. Le hemos contemplado en la cruz y le celebramos como Señor del Universo, principio y fin de la historia.

En la visión de Daniel de la primera lectura, la Iglesia siempre ha contemplado a Jesucristo: él es el hombre, que avanza entre las nubes del cielo, y a quien se le da poder, honor y reino; su poder es eterno y su reino no pasará.

El salmo insiste en la firmeza del reino y en la santidad como distintivo y adorno de los que pertenecen a él.

El Apocalipsis, en la segunda lectura, nos presenta a Jesucristo con los títulos de Testigo fiel, Primogénito de entre los muertos y Príncipe de los reyes de la tierra; por amor nos ha rescatado con su sangre y elevados a ser un pueblo consagrado, de sacerdotes para siempre.

En el evangelio, ante la pregunta de Pilato sobre si Jesús es rey de los judíos, Jesús dirá “mi reino no es de este mundo” y…”tú lo dices, soy Rey”.
El es Rey, es el Hijo de Dios, es el Señor. Es un rey Pastor bueno.

Su “reino no es de este mundo” porque no se apoya en la fuerza ni en la violencia; ni su realeza es de lujo ni de apariencias; ni tiene que fingir, mentir, esconder, ni justificar; su reino no es de este mundo, porque conoce a cada uno por su nombre, da su vida, dignifica, eleva, libera, rescata a quienes le seguimos y reconocemos como único Señor. Hoy, ante él nos sentimos orgullosos, seguros y comprometidos; por eso, nuestra la primera reacción es de adoración, de admiración y de agradecimiento.

Cristo, en el evangelio, lleva una túnica rota, la caña cascada como cetro, la corona de espinas…todo se lo han puesto los soldados. El reinó desde la cruz y pasó su vida, sin tener donde reclinar la cabeza, entre los pobres y los enfermos. Es un rey lleno de autoridad y de dignidad, el es la Verdad. Ante él dudó Pilato lleno de miedo (…y ¿qué es la verdad?) y el pueblo judío no se atrevió ni a juzgarlo ni a entrar en el pretorio. Es él quien juzga al mundo.

Cristo es la única alternativa a este mundo difícil, con tantas intrigas; siguiéndole a él no tiene cabida la codicia, la violencia, las traiciones, engaños ni odios. En el prefacio de la misa diremos que el Reino de Cristo es un reino de la verdad y de la vida, contra las ideologías de promesas vacías y de mentiras, y contra la cultura de la muerte (abortos, eutanasia, violencias en el seno de los hogares…). Un reino de santidad y de gracia, donde los que queremos ser parte de él debemos crecer en santidad de vida, en vivir los valores del evangelio. Un reino de justicia, de amor y de paz. Palabras excesivamente manoseadas y trivializadas que adquieren toda su grandeza cuando se contemplan en Cristo, el Justo, el Compasivo, el Reconciliador.

Se pertenece al reino de Dios cuando se ha escuchado su voz y se vive su propia misión con sus mismos sentimientos y actitudes. La Iglesia no puede perder el sabor y el estilo de Cristo, ni confundirse con un mundo que vive de otras cosas. Ser de verdad, para ser fermento. Ser de verdad, para iluminar y entusiasmar.
Predicar a Cristo es ser sus testigos.

Queremos pertenecer al Reino de Dios, por tanto, no ha de reinar el pecado en nosotros. Que el Espíritu Santo, que nos ha consagrado como templos de Cristo, lo haga en nosotros todo nuevo.
¡Venga a nosotros tu Reino, Señor!

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DOMINGO 33º DEL TIEMPO ORDINARIO (18 de noviembre de 2012) 
jueves, noviembre 15, 2012, 01:28 PM - Comentarios a las Lecturas
DOMINGO 33º DEL TIEMPO ORDINARIO (18 de noviembre de 2012)

1ª Lectura. Daniel 12, 1-3. Entonces se salvará tu pueblo.

Salmo 15. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.

2ª Lectura. Hebreos 10, 11-14.18. Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados.

Evangelio. Marcos 13, 24-32. Reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos.

Termina el año litúrgico y termina el evangelio de Marcos que nos ha acompañado durante el ciclo B. Hoy Marcos nos anuncia la venida del Hijo del Hombre, la segunda venida del Señor.

No nos anuncia una venida como fue la primera, en Belén, discreta, humilde, en la fragilidad de un niño. Vendrá “sobre las nubes, con gran poder y majestad”. Vendrá como Señor, “a juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin”. Todos los domingos, cuando rezamos el credo, lo proclamamos para no olvidar nuestro destino y que se fortalezca nuestra esperanza.

El evangelio nos dice que precederán unos signos: después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán. Cuando parezca que todo está terminado él vendrá y nos reunirá de todas las partes del mundo.

Este artículo de la fe es central en la vida de los cristianos. El Señor, que llegó hasta la muerte en cruz, volverá con gloria. En cada eucaristía proclamamos que le esperamos “anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús”. En el mundo no nos encontramos perdidos; tampoco son indiferentes todos los actos. La vida y el mundo no son del más fuerte, son del Señor. El Señor lo es del mundo y de la historia, somos de él y él siempre defenderá la causa del hombre y estará de parte del honrado, del justo, del bueno.

No sabemos cuándo será. No tenemos el día ni la hora, pero contamos con la certeza de que vendrá, y eso es para nosotros un motivo de esperanza y un estímulo para la responsabilidad personal cada día.
El mundo no es eterno, terminará. El hombre, no lo conduce por caminos de desarrollo y plenitud; recibió el mandato de “creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla…”no de destruirla ni esquilmarla.

El Señor vino en la primera navidad. De manera misteriosa, viene cada día en el esfuerzo y en la entrega de muchas personas buenas que son quienes sostienen, siempre discreta y calladamente, la vida. Y vendrá al final de los tiempos, con poder y gloria, porque su vida y su palabra son la verdad sobre el mundo y sobre todo ser humano.

Hay que evitar el sentimiento de miedo o de amenaza y el de la alegre inconsciencia por la falta de responsabilidad ante la vida porque se piensa que todo da lo mismo. Este mensaje de hoy nos recuerda que Dios completa su obra y que nosotros estamos llamados a colaborar en ella.

Mientras el Señor llega tengamos nuestra vida llena de buenas obras y dediquemos nuestras cualidades y tiempo a hacer el bien.

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DOMINGO 32º DEL TIEMPO ORDINARIO (11 de noviembre de 2012) 
viernes, noviembre 9, 2012, 08:33 AM - Comentarios a las Lecturas
DOMINGO 32º DEL TIEMPO ORDINARIO (11 de noviembre de 2012)

1ª Lectura. 1º de los Reyes 17, 10-16. La viuda hizo un panecillo de su puñado de harina y se lo dio a Elías.

Salmo 145. Alaba, alma mía, al Señor.

2ª Lectura. Hebreos 9, 24-28. Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos.

Evangelio. Marcos 12, 38-44. Esa pobre viuda ha echado más que nadie.

La Palabra de Dios siempre nos ilumina, la lección de este domingo es clara: Dios nos pone como ejemplo el comportamiento de dos viudas, que a pesar de su condición humilde y de su situación de pobreza, dan lo que tienen para vivir y que ellas también necesitan.
Dios se hace pequeño y prefiere a los pequeños; su estilo es la sencillez y se encuentra entre los suyos cuando está con los enfermos y con los pobres. No es un Dios de cantidades, sino que mira la calidad, el corazón, el interior, la generosidad.

A la viuda de Sarepta, que socorrió con todo lo que tenía al profeta Elías, ni se le acabó la harina de la jarra ni el aceite de la alcuza. Dios hace el milagro cuando se lo damos todo. La generosidad es fecunda. El que lo da todo, se da a sí mismo, recibe mucho más y trasmite vida.

El comportamiento de la viuda del evangelio contrasta con la actuación de los letrados del tiempo de Jesús; mientras estos solo buscan honores y distinciones, reconocimientos y privilegios, y, aunque colaboran con las necesidades del templo, lo hacen desde lo que les sobra, la viuda entrega de lo que necesita para vivir. Dios agradece su generosidad, “ha dado más”, porque ha entregado lo que tenía para vivir, su vida.

La avaricia y la codicia son pecados que están presentes en todos los tiempos. En épocas de pobreza se intentan justificar considerando las necesidades que cada uno tiene o puede tener. En épocas de más alegría económica, están justificadas, como justa retribución a lo que tenemos e invertimos y al nivel de vida que por nuestro estado y condición debemos llevar. El Señor, en el evangelio, no hace tanta distinción: se puede tener el dinero como un dios, como el sumo bien, o se puede priorizar la apremiante necesidad del hermano.

El Evangelio no favorece ningún igualitarismo. Mira con compasión (con amor de implicación personal) a los pobres y hace propio su sufrimiento, proponiendo compartir lo que somos, tenemos y podemos. Hay mucho trabajo que realizar juntos.
La corrupción es una falta muy grave porque roba, miente, malgasta, genera pobreza, arruina. Favorece el enriquecimiento codicioso individual y lleva a la ruina a la sociedad. Es propio de quien no tiene conciencia.

La reivindicación social debe tener prioritariamente en cuenta las necesidades de los más pobres y el bien del conjunto de la sociedad. No hay que llegar a destruir, alterar el orden o sembrar discordias, complicando la paz social, favoreciendo el odio y dificultando la búsqueda de soluciones a los problemas.
Es necesario despertar la solidaridad de todos, con el deseo de atender a los más necesitados y colaborando con soluciones más definitivas. Nuestro Dios se despojó de sí mismo y tomó la condición de esclavo…se dio para dar vida.

Todos podemos hacer por los demás. Debemos liberarnos de la codicia y de sentirnos superiores a los demás. Y valorar la aportación de los sencillos, de los pobres…que son quienes, a la hora de la verdad, mas trabajan y escriben las mejores páginas de la historia con su esfuerzo y sacrificio.

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DOMINGO 31º DEL TIEMPO ORDINARIO (4 de noviembre 2012) 
sábado, noviembre 3, 2012, 11:04 PM - Comentarios a las Lecturas
DOMINGO 31º DEL TIEMPO ORDINARIO (4 de noviembre de 2012)

1ª Lectura. Deuteronomio 6,2-6. Escucha, Israel, amarás al Señor tu Dios con todo el corazón.

Salmo 17. Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza.

2ª Lectura. Hebreos 7, 23-28. Como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa.

Evangelio. Marcos 12, 28-34. Este es el primer mandamiento. El segundo le es semejante.

“¿Qué mandamiento es el primero de todos?”. Jesús responde con prontitud a la delicada pregunta del letrado: “Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno; amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu mente, con todo tu ser”. Es el “Shemà Israel” con el que todo israelita piadoso rezaba tres veces al día, mirando a Jerusalén, así confesaba su fe en el Dios único y recordaba la alianza del pueblo con él.

Jesús, con esta respuesta confiesa la fe que ha recibido y manifiesta la continuidad de su predicación con la fe del pueblo, la fe de los Padres. Israel, cuando confesaba la fe en el Dios único, expresaba su agradecimiento por todos los acontecimientos del pasado en los que Dios les había manifestado su predilección; el Deuteronomio habla de conservar esta fe en la memoria, contarla a los hijos, vivir envueltos en ese gozo siempre, en casa y de camino, acostados y levantados…durante toda la vida, y trasmitirla a las nuevas generaciones para que nunca olviden las acciones del Señor. La fe era el gran tesoro en la vida religiosa, cultural y social de Israel.

Jesús equipara a este mandamiento el segundo:”Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos. El amor al prójimo es la consecuencia porque no se puede amar a Dios sin amar a quien él mas ama, que son sus hijos.

Confesar la fe, trasmitirla y vivir en coherencia con el amor contemplado y recibido, es la vida y misión del creyente.
Toda la historia de la salvación es una manifestación del amor de Dios que sale de sí mismo y se entrega para que el hombre viva. La dignidad del hombre procede de este gran amor que lo fundamenta; en la cruz llega al extremo, por parte del Padre, que ya no puede darnos más y por parte de Cristo que no puede entregarse más. El sacrificio de Cristo es el cumplimiento del Shemà Israel. En la Cruz encontramos la escuela donde el ser humano aprende a amar de verdad.

El niño aprende a amar en su familia, escuela y comunidad de vida. Los padres, la familia, es el lugar privilegiado para trasmitir la fe, como valor que ilumina todo en la vida. Aquí el niño tiene que aprender, que el amor de sus padres es manifestación, icono del amor de Dios, amor que le hace salir de sí mismo y, desde la fe, buscar las respuestas a todos los problemas de la vida. En la familia se trasmite la vida y el sentido de la vida. La Iglesia necesita a los padres para la trasmisión de la fe, la iniciación en la vida de oración y la trasmisión de los valores del evangelio que ilumines todas las dimensiones de la vida.

La ingratitud, la cerrazón, el egoísmo, la dureza de corazón…con sus muchas consecuencias y manifestaciones, males de nuestro tiempo, nos impiden vivir la fe.

A Dios hay que amarle con todo el corazón, desde todo lo que somos. Él no es algo ni alguien más. Y esto, no se vive como si fuera una obligación, sino con el gozo liberador de quien ha descubierto a su gran Padre que le ama y dignifica.



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